MUERTE, POR AMOR, EQUIVALE A VIDA
Lc 22, 14—23, 56
(…)
Uno de los malhechores crucificados lo
insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro le increpaba: «¿Ni siquiera
temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque
recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada».
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino».
Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy
estarás conmigo en el paraíso».
Era ya eso de mediodía, y vinieron las
tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el
sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente,
dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
Y, dicho esto, expiró.
El centurión, al ver lo que pasaba, daba
gloria a Dios, diciendo: «Realmente, este hombre era justo».
Toda la muchedumbre que había acudido a
este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de
pecho.
Todos sus conocidos se mantenían a
distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que
estaban mirando.
La liturgia de este domingo es desconcertante. Empieza celebrando una entrada “triunfal”, y termina recordando una muerte ignominiosa. Es difícil armonizar estos dos aspectos de la vida de Jesús. Podríamos decir que ni el triunfo fue triunfo, ni la muerte fue muerte. Todos los evangelistas plantean la subida a Jerusalén como resumen de la actividad pública de Jesús. La muerte en Jerusalén se considera como la meta última de toda su vida. En la vida de Jesús se vuelve a escenificar el Éxodo paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida (pascua, paso). Allí iba a dejar patente el amor incondicional de Dios al hombre.
¿Por qué fracasó Jesús tan estrepitosamente? Porque la salvación que él ofrece no coincide con la salvación que esperamos la mayoría de los humanos. Jesús pretendió llevarnos a la plenitud, pero en nuestro verdadero ser. Nosotros nos empeñamos en salvar nuestro ser engañoso, nuestro “ego”. Para nada nos interesa acomodarnos a la “voluntad” de Dios; preferimos que Dios se acomode a lo que nosotros queremos. Dios “quiere” para nosotros lo mejor. Ni siquiera puede querer lo menos bueno. Y nosotros estamos tan pegados a nuestra contingencia, que seguimos creyendo que en asegurar nuestra individualidad está nuestra plenitud. No hay que entender la voluntad de Dios como venida de fuera. Lo que Dios quiere de cada uno es también la exigencia más profunda de nuestro verdadero ser.
El fracaso humano de Jesús en su intento de instaurar el Reino de Dios, nos invita a reflexionar sobre el verdadero sentido de las limitaciones humanas. Si nuestro primer objetivo es evitar el dolor a toda costa y buscar el máximo placer posible, nunca podremos aceptar la predicación de Jesús. Él confió completamente en Dios, pero Dios no lo libró del dolor ni de la muerte. ¿Cómo podemos interpretar este aparente abandono extremo de Jesús por parte de Dios? Sería la clave de nuestro acercamiento a su pasión y muerte. Sería la clave también para interpretar el dolor humano y tratar de darle el verdadero sentido, que escapa a la mayoría de los mortales y está más allá de toda sensiblería.
Es un disparate pensar que Dios exigió, planeó, quiso o permitió la muerte de Jesús. Peor aún si la consideramos condición para perdonar nuestros pecados. La muerte de Jesús no fue voluntad de Dios, sino fruto de la imbecilidad de los hombres. Fue el deseo de poder y el afán de someter a los demás, lo que hizo inaceptable el mensaje de Jesús. El pecado del mundo es la opresión. Lo que Dios esperaba de Jesús fue su total fidelidad, es decir, que una vez que tuvo experiencia de lo que Dios era, no dejara de manifestarlo a cualquier precio. La muerte de Jesús no fue un accidente; fue la consecuencia de su vida. Una vez que vivió como vivió y predicó lo que predicó, era lógico que lo eliminaran por insoportable.
Dios no está solamente en la resurrección, está siempre en el hombre mortal, también en el dolor y en la muerte. Si no sabemos encontrarlo ahí, seguiremos pensando como los hombres no como Dios. Es una lección que no acabamos de aprender. Seguimos asociando el amor de Dios con todo lo placentero, lo agradable, lo que me satisface. El dolor, el sacrificio, el esfuerzo lo seguimos asociando a castigo de Dios, es decir a ausencia de Dios. Las celebraciones de Semana Santa nos tienen que llevar a la conclusión contraria. Dios está siempre en nosotros, pero necesitamos descubrirlo, sobre todo, en el dolor y la limitación.
Los textos de la Pasión no son una crónica de sucesos, sino teología extraída de unos hechos, que al relatarlos no tienen como objetivo principal informarnos sino el trasmitir la teología sobre la muerte de Jesús que fueron elaborando los primeros cristianos. Aunque hay grandes diferencias entre los cuatro evangelios, el relato de la pasión es la parte en que más coinciden los cuatro. Esto se debe a que fue el primer relato que se redactó por escrito, seguramente, como catequesis. Por eso quedó fijado muy pronto en sus rasgos generales, que reflejan después los evangelistas con su propia peculiaridad en sus respectivas redacciones. Dentro del marco recibido por la tradición, cada uno le da su propio matiz.
La pasión de Lc tiene una clara tendencia catequética. Aunque utiliza la narración de Mc u otra más antigua que ya utilizó el mismo Mc, le da un toque de humanización muy significativo. Suaviza mucho la relación de los que están alrededor de Jesús con su persona. No todo es negativo. Incluso los paganos quedan de alguna manera justificados. Hay en el relato muchos personajes que están con Jesús y pretenden ayudarle. El mismo Jesús se relaciona con algunos con total comprensión y como ayudándoles a entender lo que está pasando. Lc elimina de su relato todos los extremismos y presenta una pasión más humana.
Para nosotros hoy, lo verdaderamente importante no es la muerte física de Jesús, ni los sufrimientos que padeció. A través de lo que conocemos de la historia humana, miles de personas, antes y después de Jesús, han padecido sufrimientos mucho mayores y más prolongados de los que sufrió él. Lo importante de la figura de Jesús en ese trance, fue su actitud inquebrantable de vivir hasta sus últimas consecuencias, lo que predicó. Para nosotros, lo importante es descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuáles fueron las consecuencias de su muerte para él, para los discípulos y para nosotros.
¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas y rechazo a su persona. No debemos pensar en un rechazo gratuito y malévolo. Los sacerdotes, los escribas, los fariseos, etc. no eran gente depravada que se opusieron a Jesús porque era buena persona. Eran gente religiosa que pretendía, de buena fe, ser fieles a la voluntad de Dios, que para ellos estaba definida de manera absoluta y exclusiva, en la Ley de Moisés. Para ellos defender la Ley y el templo, era defender al mismo Dios.
Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo y le apartaba de la religión judía. La respuesta no era sencilla. Por una parte veían que Jesús iba contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del antiprofeta. Pero por otra parte, la cercanía a los que sufren y los signos que hacía eran una muestra de que Dios estaba con él. El desconcierto de los discípulos ante la muerte de Jesús, tiene mucho que ver con esa confrontación de sus representantes religiosos. ¿A quién debían hacer caso, a los representantes legítimos de Dios, o a Jesús, a quien los sacerdotes consideraban blasfemo?
¿Por qué murió? Solo indirectamente podemos aproximarnos a la actitud que Jesús adoptó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco. Pronto se dio cuenta de que los jefes religiosos querían eliminarlo. Jesús debió tener razones muy poderosas para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que eso le acarrearía la muerte. Sabía que el pueblo que no le entendía, dejaría de seguirle. Pero también sabía que los jefes religiosos no se iban a conformar con no hacerle caso. Sabiendo todo eso, Jesús tomo la decisión de ir a Jerusalén. Que le importara más ser fiel que salvar la vida, es lo que debemos valorar. Eso es lo que Dios esperaba de él, y eso es lo que tuvo siempre claro.
¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Para los apóstoles, fue el revulsivo que les llevó al descubrimiento del verdadero Jesús. Durante su vida lo siguieron como amigo, maestro, profeta, pero estaban muy lejos de conocer el verdadero significado de la persona de Jesús. A ese descubrimiento no podían llegar a través de lo que oían y lo que veían; se necesitaba un proceso de maduración interior. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona y a descubrir en aquél Jesús de Nazaret, al Señor, Mesías o Cristo y al Hijo... En esto consistió la experiencia pascual. Si queremos entender la muerte y la resurrección de Jesús, todos tenemos que seguir ese mismo camino de la vivencia interior.
Meditación-contemplación
Jesús, con su muerte, manifestó que él era la VIDA.
Si la VIDA (Dios) estaba en él. ¿Qué podía temer de la muerte física?
La muerte ni añade ni quita nada a su verdadero SER.
La muerte no le puede arrebatar un ápice de VIDA
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La verdadera Vida está ya en mí.
Lo único que tengo que hacer es descubrirla.
Toda “muerte” (entrega, servicio) es signo de Vida.
Todo egoísmo (opresión, dominio) es signo de “muerte”.
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La Vida-Amor es el fundamento de mi ser.
No la encontraré en lo superficial y accidental.
Solo entrando dentro de mí, muy adentro, más adentro;
descubriré lo esencial de mí mismo.
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